Sudán podrías ser tú

26.11.2025

Una guerra olvidada que desangra al país mientras la comunidad internacional mira hacia otro lado 

Mateo Pampín

Niño sudanés sujetando varias balas 

Tú, yo o cualquiera, ese es el quid de la cuestión. Nos creemos lejanos, distintos a lo que allí tiene lugar, pero no lo somos. Yo el primero, y tú, lector, el segundo. No parece que nos incumba aquello que sucede, como si nada se nos hubiese perdido allí. He aquí la paradoja. No se habla de Sudán porque interesa que así sea. Los agentes externos e internos pretenden silenciar la tragedia y el dolor, para seguir lucrándose y acumular poder.

Desde 2023, las Fuerzas de Apoyo Rápido se disputan el control del país, en una infame guerra contra el Ejército gubernamental. El grupo rebelde controla el oeste del país, un emplazamiento idóneo para extraer petróleo y oro. Con ello, se financian, por medio del comercio con Emiratos Árabes Unidos y Rusia, entre otros.

Por su parte, Al-Burhan, líder político y militar de Sudán, controla la zona central y oriental del territorio, donde se ubica Jartum, la capital del país.

Esta guerra, que, como todas, perjudica a la mayoría y beneficia a unos pocos, hunde al país -más si cabe- en una de las peores tragedias humanitarias de la historia reciente. Y sin embargo, rara vez ocupa alguna portada de periódico, o alguna tertulia en televisión. El silencio cómplice de las principales potencias mundiales allana el camino para seguir sacando rédito económico.

Los agentes que intervienen en el conflicto actúan para que en el resto del globo reine la indiferencia hacia el horror. Puede que esa sea la clave de esta cruenta guerra. Tanto los agentes exteriores como los interiores pretenden ocultar al mundo el expolio total del país, y la ruptura del Estado.

Sudán sufre la desgracia de ser el cóctel perfecto para una guerra atroz y prolongada. A nivel estratégico, su posición con respecto al Nilo y los recursos con los que cuenta (petróleo, oro, gas…) hacen que sea un país propenso a intromisiones externas. Con todo, su historia narra numerosos y sucesivos conflictos armados, que dejan a Sudán como el territorio inestable y frágil que es hoy en día. Su geopolítica evidencia que no es un país pobre, sino un país empobrecido hasta la saciedad.

La guerra, reactivada en abril de 2023, ha dejado cerca de unas 150.000 víctimas mortales. Más del doble de los asesinados en la Franja de Gaza. Por si fuera poco, también ha provocado que 12 millones de personas hayan tenido que abandonar sus hogares. 7 millones buscan asilo a la desesperada dentro del propio país.

Desde el 26 de octubre, el enfrentamiento ha recrudecido, tras la toma de Al-Fashir por parte de las tropas rebeldes. Con ello, las FAR se hacen con un enclave determinante, que facilita seguir perpetuando la masacre. Supone la última gran ciudad del Darfur (zona occidental) que seguía en manos del gobierno. El control de esta zona permite a las FAR acceder a las fronteras con Libia, Chad y la República Centroafricana, permitiéndoles sacar y meter material con más facilidad.

Todo aquel que se acerque al conflicto en profundidad verá que no es una guerra étnica

Sudán cuenta con entre 300 y 500 etnias, como a veces se describe. Es, esencialmente, un conflicto militar, cuyo foco de atención está en hacerse con todos los recursos y materias primas de la región. Ergo no encaja en lo que entendemos por guerra civil. El ciudadano de a pie sufre por una guerra que no lucha, una guerra que él no ha pretendido.

La fatídica historia de Sudán se remonta al principio de la descolonización, momento en que la lucha por el poder y los recursos enlazan una contienda detrás de otra. Solamente en el siglo XX contamos varias y fatales guerras civiles ("inciviles", que diría Unamuno).

Ejemplo de ellas es el combate por el Darfur, una región occidental del país rica en petróleo. Esta refriega arrasó, desde 2003 a 2008, con más de 300.000 vidas, civiles en su gran mayoría.

Cifras, relatos y hechos hacen que sea innegable la gravedad moral de lo que acontece. Esta insensibilidad con el Otro, a mi juicio, refleja la crisis de valores y la hipócrita "globalización" que vivimos a día de hoy. Se habla de un mundo cada vez más conectado entre sí, pero, en realidad, esa conexión no aplica al factor más importante, el factor humano.

El mundo alcanza una deriva peligrosa. Pasar por alto lo grave tiene como efecto último insensibilizarse, deshumanizarnos. ¿Acaso son menos víctimas los sudaneses y las sudanesas? Me niego a creerlo. Si no paliamos la masacre en territorio ajeno, llegará a nuestras costas -en sentido figurado- en un momento de indefensión, de humanidad infecta. Ya nada se podrá hacer. Se nos olvida que somos necesariamente humanos, y españoles -o europeos- tan solo por casualidad.

Quizás, pienso, es porque nos imaginamos diferentes a ellos y, tamaña casualidad, los sudaneses no se imaginan diferentes a nosotros. Así me lo han demostrado miembros de la Casa de Sudán en Madrid. Esta asociación, con presencia también en Sevilla, ayuda a que el mundo conozca aquello por lo que está pasando su familia, su tierra y, en el fondo, su hogar. Entre otras cosas, han podido ayudar a la persona que firma este artículo. Su experiencia ofrece una antología más cercana de la crisis humanitaria que todos, en cierta medida, deberíamos sufrir como nuestra.

Sudán consume paulatinamente la pizca de humanidad que el mundo parecía conservar. He dicho.