Ríanse, que es para reírse

Pablo García | Opinión
La legislatura vive uno de sus momentos más delicados. El Gobierno no tiene capacidad de sacar adelante su agenda legislativa, pero mientras, el presidente, a carcajada limpia
Han pasado 1.085 días desde que el Congreso de los Diputados aprobó la última Ley de Presupuestos Generales del Estado. Desde entonces, el Gobierno no ha sido capaz de cumplir su obligación constitucional de presentar el proyecto en la Cámara para debatir y votar unas cuentas nuevas. Todo ante el riesgo inminente de perder la votación.
La tradición católica utiliza el rezo de las letanías, constantes y repetitivas, para facilitar la concentración y aquietar las distracciones del día a día. Desde la prórroga presupuestaria en 2023, el presidente Sánchez y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, encadenan expresiones letanistas que prometen llevar al Congreso los Presupuestos para 2026, pero el plazo para hacerlo terminó el 30 de septiembre. Cuando un Gobierno incumple la Constitución, lo habitual es forzarle a dimitir, pero la oposición tampoco está en condiciones ni de proponer un programa alternativo ni una moción de censura.
Los PGE no es la única cuenta legislativa pendiente que tiene el Gobierno. Recientemente, el ministro de Justicia, Félix Bolaños, sacó pecho de haber aprobado un anteproyecto para reformar la Ley de Enjuiciamiento Criminal durante su comparecencia en Moncloa tras el Consejo de Ministros. En efecto, sería una legislación histórica, pero lo más probable a esta hora es que no salga adelante después de la ruptura de Junts con el PSOE.
Otra de las reformas jurídicas de gran importancia para el Gobierno, acosado por los casos judiciales que cercan al presidente, es la llamada "Ley Begoña", con la que se pretende limitar la acusación particular en los procesos judiciales. Si saliese adelante, casualmente jugaría un papel muy favorable en el desarrollo de la presunta trama que afecta a la esposa del presidente del Gobierno, Begoña Gómez, y su hermano, David Sánchez.
No se puede negar la evidencia. Los ciudadanos se han acostumbrado a guardar silencio mientras asisten a un espectáculo digno de los mejores cineastas. No es normal que las reglas se doblen a conveniencia del legislador, ni que las promesas se ignoren, ni que la Constitución se lea prestando la misma atención que a un folleto callejero. Y frente a este silencio, el rugido de la insultante hilaridad a la que nos tienen acostumbrados quienes ocupan la bancada azul de la Cámara Baja durante las sesiones de control al Gobierno. Ríanse, que es para reírse.
