Mientras otros hablan de paz, Trump la consigue
David Escolà

Donald Trump, en el Air Force One tras un mitin en New Hampshire
No sé qué más tiene que hacer Donald Trump para que se le reconozca lo evidente: ha contribuido, y mucho, a que hoy el mundo esté un poco más en paz. Sí, lo digo así, sin miedo. El tipo al que todos llamaban "loco", el que tuiteaba barbaridades a las tres de la mañana, ha sido capaz de lograr algo que ni los "presidentes correctos" ni los "líderes de manual" consiguieron: un alto el fuego en Gaza y un principio de entendimiento entre enemigos históricos.
Pero claro, como es Trump, nadie se lo quiere reconocer. Si esto lo hubiera hecho Obama, ya estarían encargando su segundo Nobel de la Paz y levantándole una estatua en Bruselas. Con Trump, en cambio, silencio. O peor: sarcasmo. Los mismos que durante años lo trataron de payaso ahora callan, como si no soportaran la idea de que el tipo que decía "America First" haya logrado algo tan incómodo como la paz.
Y sí, Trump es un personaje raro. Habla sin filtro, se mete en todos los charcos y muchas veces uno no sabe si reír o taparse la cara. Pero detrás de ese estilo salvaje hay algo que pocos quieren admitir: resultados. Cuando fue presidente, no empezó ninguna guerra. Y ahora, con su empuje, porque la diplomacia no se mueve sola, ha conseguido que se siente a negociar gente que ni se miraba a los ojos. Eso no es poca cosa.
A mí me parece justo decirlo claro: Trump merece el Nobel de la Paz. No por postureo ni por imagen, sino porque lo ha ganado con hechos. Ha hecho más por la estabilidad en Oriente Medio que todos los "expertos" de Washington y Bruselas juntos. Y si el comité del Nobel no se atreve, será una muestra más de ese doble rasero que la izquierda internacional aplica siempre a los suyos y a los demás.
Sí, Trump está un poco loco. Nadie lo niega. Pero a veces hace falta un loco para que el mundo se mueva. Detrás de su ego y de sus salidas de tono hay un tipo que, en el fondo, cree en su país y, aunque muchos se rían, también en la idea de que el mundo pueda estar un poco mejor.
Cuando pasen los años y se escriba la historia con menos prejuicio, muchos tendrán que reconocerlo: Trump no fue el villano. Fue el presidente que, con sus defectos y todo, consiguió que hubiera paz donde nadie se atrevía a buscarla. Y eso, se mire como se mire, no es poca cosa.
