La estrategia silenciosa de China en el Sur Global

08.11.2025

Laura Vázquez Maceiras

Entre la promesa del desarrollo y el riesgo de una nueva dependencia, el avance chino redefine las relaciones de poder en el mundo en desarrollo.


Caricatura sobre China y su red de poder. CBAP

China ya no es solo la fábrica del mundo. En las últimas dos décadas se ha convertido en un actor central del escenario internacional, especialmente a través de su creciente influencia en África, América Latina y Asia. Bajo el liderazgo de Xi Jinping, el país ha desplegado una estrategia que combina inversión, diplomacia y poder blando para ampliar su presencia global y desafiar la hegemonía occidental.

La Iniciativa de la Franja y la Ruta, lanzada en 2013, simboliza este proyecto. A través de proyectos de infraestructura como carreteras, puertos, ferrocarriles y centrales eléctricas, China promete desarrollo y conectividad a cambio de cooperación económica y acceso a recursos naturales. Detrás de este discurso de beneficio mutuo, sin embargo, muchos analistas detectan una nueva forma de dependencia que recuerda al viejo colonialismo.

En África, las inversiones chinas superan los 160.000 millones de dólares entre 2000 y 2020, centradas en energía, transporte y construcción. Países como Angola, Zambia o Kenia han recibido préstamos para grandes obras, pero también han acumulado deudas difíciles de pagar. Algunos contratos incluyen cláusulas que permiten a empresas estatales chinas tomar control de activos estratégicos en caso de impago, lo que alimenta las críticas sobre una supuesta "diplomacia de la deuda". El caso del puerto de Hambantota, en Sri Lanka, cedido a China durante 99 años, se convirtió en un símbolo de estas prácticas, aunque expertos recuerdan que los factores internos también fueron determinantes.

En América Latina, el avance chino ha sido más discreto pero igualmente profundo. Pekín ofrece créditos blandos y sin condiciones políticas, lo que contrasta con las exigencias habituales de Estados Unidos y Europa. Brasil, Argentina y Perú han recibido importantes inversiones en sectores energéticos y de transporte, mientras que México y Chile destacan en áreas tecnológicas y manufactureras. Entre 2000 y 2019, la inversión china en la región alcanzó los 135.000 millones de dólares. Aunque esto ha abierto oportunidades de desarrollo, también ha generado nuevas dependencias y tensiones ambientales y sociales.

La estrategia china no se limita al ámbito económico. A través de los medios de comunicación internacionales y la cooperación cultural y educativa, el país proyecta su poder blando para mejorar su imagen global y promover su modelo de desarrollo como alternativa al liberalismo occidental. Esta diplomacia cultural se combina con una creciente presencia tecnológica y militar, ampliando la influencia del país en el llamado Sur Global.

Estados Unidos y Europa observan con preocupación este avance. Washington ha adoptado una política más dura hacia Pekín, restringiendo el acceso a tecnologías estratégicas y reforzando alianzas en Asia. Europa, en cambio, mantiene una posición ambigua, dividida entre su dependencia económica de China y su alianza política con Estados Unidos.

El ascenso chino plantea un dilema para el Sur Global: cómo aprovechar las oportunidades de inversión sin caer en una nueva forma de subordinación. El reto para los países receptores es negociar con autonomía, exigir transparencia y convertir la cooperación en desarrollo sostenible. De lo contrario, la nueva ruta de la seda podría terminar trazando caminos de desigualdad ya recorridos, confirmando que, aunque el poder cambia de manos, las reglas del juego siguen siendo las mismas.