La desvalorización del saber

28.11.2025

Violeta Armengod | OPINIÓN

Cada año miles de jóvenes españoles se enfrentan a la temida selectividad. No dudo que es una prueba necesaria para que haya cierta regulación a la hora de la distribución de las plazas por las diferentes universidades, ya que no es algo ilimitado. Pero, ¿en qué momento hemos normalizado una situación como esta?

Con esta pregunta quiero referirme a la ansiedad que esta prueba genera en todos aquellos que deben realizarla para acceder a la universidad. Este lugar permite el desarrollo de un pensamiento crítico y la formación en aquello que desean, para en un futuro poder dedicarse a su trabajo soñado.

Más allá de ese examen, que no deja de ser una prueba escrita más, a la espalda todos estos estudiantes cargan con el peso de nueve meses de duro trabajo y esfuerzo como segundo de bachillerato requiere. Es un curso que te pone a prueba y desafía todo aquello que tú ya creías controlar, siendo con diferencia mucho más intenso que cualquier año previo cursado. Al fin y al cabo esto es algo positivo y necesario, pues no deja de ser algo que te prepara para tu futuro como persona adulta, un mundo que no es nada fácil.

Ahora bien, lo que no puede normalizarse es toda la angustia y sobreesfuerzo que en repetidas ocasiones se genera durante el año. Muchos adolescentes no tienen claro lo que desean hacer en un futuro, pues con 17 años elegir a lo que quieres dedicarte es una responsabilidad muy grande, y se puede hacer muy complicado de abordar, ya que hay jóvenes que incluso ni siquiera tienen claro por qué rama desean seguir formándose. En lugar de ser un año en el que se fomenta el aprendizaje y el conocimiento que las diferentes asignaturas son capaces de brindarnos, se ha convertido en unos juegos del hambre donde no cabe momento para el disfrute, sino que lo único que importa es avanzar para lograr acabar el interminable temario.

Es frustrante porque es un año donde mucha gente gracias a la libertad que nos ofrece la optatividad de asignaturas, encuentran al fin aquello que les llena y motiva para estudiar. Sin embargo, la presión generada por la nota y la cantidad de exámenes mensuales, impide el desarrollo de una pasión, en ocasiones incluso creando rechazo a aquello que nos encanta, debido a la obligación que conlleva.

Lo peor de todo, es que tal y como está planteada esta entrada a las universidades, luchar por aquello que deseas conseguir no te lo garantiza el esfuerzo. Que después de nueve meses de guerra diaria, sacrificando otras cosas para conseguir estudiar aquello que deseas, tener que demostrarlo en una única prueba es algo totalmente injusto. Tres días no demuestran nueve meses de trabajo duro, y menos teniendo que gestionar tanta presión desde tan jóvenes.

Esto lleva siendo así demasiado tiempo, y en lugar de intentar llegar a alguna solución, cada año los modelos de exámenes son distintos, más difíciles, con más cantidad de temario… por no hablar de la desigualdad existente entre las diferentes comunidades autónomas. Todo esto además de afectar al alumnado, perjudica la labor de los profesores, que día a día son los que luchan por sacar a sus alumnos adelante y ven cómo muchos de ellos se dejan la piel en aquello por lo que ansían, tristemente a veces sin poder conseguirlo.

Bachillerato debería ser una etapa en la que se fomente el aprendizaje y guía para encontrar aquello por lo que cada uno siente verdaderamente una vocación, no un periodo en el que lo último que ocurra sea disfrutar del conocimiento, porque lo único que se está consiguiendo es que cada vez haya más miedo al fracaso, intranquilidad y falta de confianza en el alumnado durante esta etapa.