La ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias desde dentro
Una radiografía de lo acontecido el pasado viernes 25 de octubre en la ciudad de Oviedo
Pablo Durán

Oviedo amanecía jovial, alegre, festiva. El día anterior, por la mañana, la Princesa de Asturias había sido nombrada Alcaldesa Honoraria de la ciudad y había recibido la Medalla de Asturias, y, por la tarde, había asistido con sus padres y su hermana al tradicional concierto que inaugura anualmente la agenda de la Familia Real en Asturias con motivo de los Premios Princesa de Asturias. O, como decimos en la capital del Principado, "los Premios". Y es que en el resto de España, si uno pronuncia la palabra "premios", al interlocutor se le pueden venir a la mente los Goya o los Planeta, entre otros. Pero tal es el orgullo, la emoción y la exaltación que siente el ovetense con estos galardones, que si uno grita por las calles de la ciudad la palabra "premios", todo el que lo oiga va a pensar en los Princesa.
A falta de tres horas para que comenzase la ceremonia de entrega, los aledaños del Hotel de la Reconquista, como de costumbre, lucían repletos de ancianos, adultos y niños agolpados tras las vallas azules y las cintas de la Policía Local. Durante toda la tarde, varios grupos de gaiteros habían hecho sonar sus instrumentos en la entrada del hotel donde la Familia Real, los premiados y los invitados ultimaban los últimos detalles antes de partir hacia el Teatro Campoamor.
Apenas 700 metros separan este emblemático lugar del Reconquista. A excepción de los reyes y sus hijas y de los galardonados, que recorren habitualmente esta distancia en coche y flanqueados por centenares de ovetenses, el resto de asistentes a la ceremonia tuvieron que acudir al teatro a pie. El trayecto no fue sencillo: la multitud entorpecía el ritmo, y el amplio despliegue de seguridad impedía circular con normalidad por las aceras de la urbe ovetense. El acceso al Campoamor estaba cercado, y sólo uno podía meterse en la boca del lobo enseñando su invitación a alguno de los agentes que vigilaba la zona.
Superado el primer control, el invitado se situaba ante la fachada del edificio con cientos de curiosos observando el panorama tras las vallas. Dentro del perímetro uno se podía encontrar a dos tipos de personas: las ilustres o las "normales". De estos, los primeros tal vez disfrutaban del clamor de la gente y del ruido de los flashes de los fotógrafos; pero, los segundos, no sabían si fingir que eran alguien importante o salir corriendo. Y es que, para el que no está acostumbrado a andar por alfombras rojas (aunque en este caso era azul) ni ser el centro de las miradas de toda una ciudad, esta solemne entrada al teatro, necesaria, evidentemente, en un acto tan emblemático como esta ceremonia, parecía ficticia.
Recorrida la alfombra azul, el invitado, ahora sí, podía entrar al Campoamor. Contrastada la invitación con el DNI de la persona, el arco de seguridad constituía el siguiente obstáculo a vencer. Las medidas de seguridad eran férreas. Una vez superada la comprobación de seguridad, empezaba el espectáculo. Focos de luz iluminaban el hall del teatro, donde la gente conversaba y se saludaba. En este punto, uno tenía dos opciones: dirigirse directamente a su butaca o pasear sutilmente por los pasillos del lugar.
Si se escogía la primera opción, se podía contemplar la arquitectura del teatro, conversar con el compañero de asiento o mirar el libro informativo que se repartía en la entrada con respecto a la biografía de los premiados. Pero eligiendo la segunda, el invitado cotilla tenía la oportunidad de deslizarse por los rincones del edificio, haciéndose el despistado. Sin duda era esta la mejor opción, pues se abría todo un universo de caras conocidas, desde políticos, ministros y presidentes autonómicos hasta reconocidos empresarios o deportistas.
Pero las 18:30 se acercaban, y había que tomar asiento para no perderse la ceremonia de entrega. En el interior se pudo observar alguna butaca vacía en los laterales del anfiteatro, donde la visibilidad seguramente es nula. El resto del Campoamor estaba lleno. Accedieron los premiados, aclamados con una gran ovación, seguidos de la reina emérita, que recibió desde el palco real el cariñoso aplauso de los asistentes, y por último la Familia Real. La Banda de Gaitas Ciudad de Oviedo interpretó el himno nacional, dando el pistoletazo de salida a la ceremonia.
Gracias a los dispositivos de traducción que se entregaban en los vomitorios los asistentes podían comprender todos los discursos que se pronuncian sobre las tablas del teatro. Ahora bien, hubo quien puso el volumen del aparato demasiado alto, lo cual confirió a la escena un efecto un tanto cómico, ya que, mientras los premiados hablaban de asuntos serios, relevantes y profundos, voces desincronizadas brotaban de las butacas de los más torpes, como si de un ejército de almas locas e impertinentes que quieren romper el clima de seriedad se tratara.
Cuando los premiados reciben en manos de la Princesa el premio, marca el protocolo, caminan hacia el público para mostrar su agradecimiento y recibir una sonora ovación. No ocurrió de diferente manera. Los dos besos lanzados por Michael Ignatieff, los aplausos especiales a Carolina Marín y Joan Manuel Serrat y las fotografías rebeldes de los representantes de la agencia Magnum fueron los momentos más destacados. Serrat, tras su discurso, puso en pie al Campoamor con una interpretación de "Aquellas pequeñas cosas", acompañado por una violinista. El cantautor concluyó su carrera en diciembre de 2022, pero quiso ofrecer al oído ovetense un pequeño resquicio del placer musical y la invasión sentimental que sus letras llevan despertando a sus seguidores desde los 60. Se cayó el teatro, se afinaron las lágrimas y la voz del catalán protagonizó durante un par de minutos el momento más emocionante de la ceremonia.
Tras las intervenciones de Leonor y Felipe VI, las mismas gaitas que sonaron al comienzo de la cita pusieron la guinda. Esta vez, para hacer sonar la melodía del himno de Asturias. La voz la pusieron los asistentes: la letra del "Asturias, Patria Querida" fue entonada con orgullo por los centenares de asturianos y no asturianos allí presentes, en una demostración de asturianía que se coló en las televisiones y en las radios de todo el país.
La Princesa clausuró un acto que a partir del próximo año va a ser encabezado por ella, ante la emoción de sus padres, la fraternidad de la Infanta Sofía y el abrazo del público ovetense, que ha visto y seguirá viendo cómo la heredera al trono crece y sonríe en su ciudad, eso que Oviedo ha sido el lugar en el que la Princesa ha tenido que despojarse de la vergüenza, atreviéndose a discursar y asistir a actos institucionales en solitario.
A la salida del teatro ya era de noche. Los asistentes aprovecharon para sacarse fotos con el escenario de fondo o con el logo de los Premios Princesa de Asturias desplegado en las paredes del interior del edificio, antes de enfilar — los más privilegiados, pues no todos los asistentes a la ceremonia de entrega estaban invitados al convite — el camino de vuelta al Reconquista con la escolta de los gaiteros y los ciudadanos, que de nuevo hicieron un pasillo a los protagonistas de la tarde entre las calles de la capital de Asturias.
Oviedo habrá de esperar al siguiente año para vivir de nuevo el clima que estos galardones instauran en la ciudad. La del 2025 será la 45 edición. 45 años de nexo entre el más alto rango del conocimiento y Oviedo, entre la cumbre del saber y del talento y los ovetenses. Desconocemos el elenco de premiados que se subirán al escenario del Campoamor el año que viene, pero sí tenemos la certeza de que, como en cada edición, la ciudad se vestirá de gala para acoger a los que son uno de los galardones más relevantes de la era actual: los Premios Princesa de Asturias.
