JUZGAMOS, NO ESCUCHAMOS
En esta sociedad interconectada y mediatizada en la que vivimos, a menudo tenemos que familiarizarnos con conceptos que describen nuevas realidades a las que nos adaptamos
Elías Blanco Martínez
¿Qué es un meme? ¿Qué es la desinformación? ¿Qué es el clout (búsqueda de influencia)?... Para denominar aquello con lo que interactuamos a diario surgen nuevas palabras o ideas que definen prácticas que conocemos bien, pero de las que quizá ignoramos su esencia o recorrido. Así ha sucedido con la famosa "cultura de la cancelación", o "cancelación" a secas. Nadie se extraña al escuchar sobre episodios en los que la carrera de algún personaje público es bombardeada por la turba del ojo público hasta ser reducida a los cimientos. Hasta llegamos a bromear y gritamos "¡cancelado!" con fingido patetismo cuando algún colega realiza alguna afirmación considerada como impopular. No nos resulta extraño: conocemos bien los casos de Kevin Spacey, James Charles, J.K. Rowling, Will Smith o Ezra Miller; por otro lado, son alarmantes las cifras que arrojan estudios como el de la revista académica PNAS Nexus, publicados en 2023: de todos los hilos de la red social Gab, el 88% fueron iniciados por usuarios altamente odiosos. Los hilos de la plataforma Reddit no se quedaron atrás: el 78% de los más comentados, con más de 350 interacciones en su árbol de comentarios, fueron generados por usuarios que propagaban el odio. A la zaga, el 56% de los hilos de Twitter fueron generados por usuarios odiosos. El estudio concluye que se produce una suerte de efecto bandwagon o una retroalimentación: el odio sólo genera más odio.
Reducida a su esencia, la cancelación es una práctica natural de Internet que denuncia a un persona física o jurídica por prácticas controversiales, "con el fin de marginarla de la conversación, boicotear su imagen, productos y servicios, o avergonzarla públicamente". Esta herramienta parte de los movimientos de protesta protagonizados por minorías (comunidades afroamericanas, el colectivo LGTBIQ+, o gremios de trabajo) que buscaron democratizar las redes sociales para combatir acciones desmedidas por parte de grandes núcleos de poder. No obstante, esta práctica se ha deteriorado considerablemente en los últimos años, en la medida que la rendición de cuentas y denuncia pública se han transformado en lo que la analista y comunicadora Ana María Olabuenaga denomina "linchamientos digitales": el mero ensañamiento digital contra ya no solo figuras de poder, sino cualquier voz diferente a la de la marea colectiva, a la que se ajusticia tratándola de borrar por completo. Tanto se ha desfigurado esta sana protesta, tan árido se ha vuelto el espacio de opinión pública y tan virulento se ha tornado el odio y la bilis que nos salpica a todos en internet; que grandes personalidades como Barack Obama (2019) o el gremio de académicos y escritores del manifiesto de Harper's Magazine (2020) han rogado volver a las RR.SS como un "espacio para conocer otras miradas del mundo e intercambiar argumentos y razones", abierto a "la tolerancia a lo distinto, incluso a lo incómodo".
Porque, con tristeza, la nuestra es una sociedad peligrosamente frágil que predica la tolerancia pero se tapa la boca con pudor para evitar contagiarse de la "peste" de las ideas diferentes. Hemos desarrollado una aversión por el Otro: ya no concebido como el nativo; sino como el disidente a quien no le pasamos ni una, que ha venido para llenar de mentiras y desinformación nuestro mundo y a quien negamos la oportunidad de defenderse, porque seguro que está equivocado. Aún peor, vivimos en un mundo cuyo sentido de la misericordia y el perdón ha sido completamente cauterizado: y es que, en aquellos casos donde desgraciadamente la persona ha cometido una torpeza, la masa enfurecida guillotina toda oportunidad de enmienda. El Otro no debe recibir perdón, el Otro no debe recibir la oportunidad de dialogar: porque el Otro, seguro, ha venido para sembrar la discordia y el odio. Abandonamos la sana y justa medida de "sociable insociabilidad", como recoge el académico Francisco Javier Ugarte Pérez, por una destructiva intolerancia.
En nuestras manos está el poder para evitar confirmar las sospechas de Umberto Eco, sobre que "las redes sociales solo dan voz a una legión de idiotas". Javier Marías acertó al escribir sobre los "ofendiditos", quienes generan "un ambiente hostil contra las ideas, lo cual, en su opinión es un primer paso a la censura […] Llevamos años haciendo caso a la subjetividad de cada cual, algo que, a la larga, nos impediría hacer ni decir nada. El mundo está plagado de personas quisquillosas y tiquismiquis, de finísima piel". ¿Y si nos sometiéramos a examen para determinar con qué vara medimos las acciones de los demás? ¿Y si evaluáramos a partir de qué pensamientos enunciamos un juicio contra los otros; o si nos paráramos a pensar con qué autoridad venimos a condenar? Las redes sociales funcionan como plataforma para dar voz a injusticias y para denunciar comportamientos que, de otra manera, pasarían inadvertidos; pero la subjetividad de muchos ha conseguido que, al final, no sean más que una gran plaza pública llena de gritos, donde nadie se escucha y todos señalan al acusado. En muchos de estos casos, nadie conoce a ciencia cierta toda la historia, ni todas las versiones… Ni mucho menos está dispuesto a perdonar ni contener su furiosa desaprobación contra el chivo expiatorio. El juicio y la condena son necesarios; son la falta de amor y de misericordia sobre el prójimo los efectos adversos de la voz pública.
Muy en el fondo, tenemos miedo. A varias cosas. Tememos no condenar una acción que el rebaño reprueba. Tememos simpatizar de alguna manera con el acusado, y ser descubiertos en algún momento. Tememos cambiar de opinión, y por eso nos tapamos los oídos y gritamos bien fuerte, no vaya a ser que las ideas de la otra persona nos vayan a hacer cambiar de opinión. No vaya a ser que nos convenzan. No vaya a ser que podamos dialogar. El ser humano, en su condición social, necesita el grupo para vivir: el grupo que nos proporciona amor, sentido de pertenencia, unidad y protección. Nos produce un pavor terrible salir de lo que conocemos, pero no existe otro medio para crecer: reconocer y sopesar ideas diferentes no necesariamente significa faltar a nuestros principios. Es una sana práctica para probar si estos son firmes y se sostienen a pesar de ser zarandeados; o si necesitan ser demolidos para construir unos nuevos. Podemos seguir fieles a nuestra identidad y valores mientras ponemos en tela de juicio todo aquello que hasta ahora hemos considerado cierto y único. Cancelar la opinión contraria termina cortándonos las alas.

