Estar a la moda cuesta más de lo que crees

Ricardo Agudelo Berrío
Piensa en una marca de ropa. Tres… dos…uno...
Si eres un lector español, estoy convencido de que lo primero en lo que pensaste es Zara, Primark, H&M o Mango, y en sus inmensas y extravagantes tiendas que se alzan a lo largo de Gran Vía a la vista inminente de cualquier transeúnte.
Resulta impactante y, cuanto menos, interesante el hecho de que siempre que pensamos en comprar ropa nuestras opciones se reduzcan a las anteriormente mencionadas porque siguen la tendencia, suplen la demanda a gran escala, ofrecen una gran variedad de prendas para todos los gustos, son de una calidad considerable y no son muy costosas. Todo pinta de maravilla, pero ¿en algún momento nos hemos puesto a pensar en lo que hay detrás?
Heráclito decía: "nada permanece", y aunque estoy seguro de que en la antigua Grecia se preocupaban por todo menos por la ropa, su frase sirve para una infinidad de situaciones, y la moda no es la excepción. La globalización, la masificación de la información y, por tanto, la exposición de diferentes subculturas hacen que las ideas cambien constantemente. Las tendencias y la expresividad de la sociedad están en constante cambio y, como consecuencia, cada nueva subcultura juega un papel fundamental en el proceso de demanda textil. El cambio constante en la demanda representa a su vez un cambio reiterado y dinámico en la producción. Es ahí donde aparecen estas marcas, para mostrarnos que nuestra libertad de expresión en cuanto a la moda se reduce a unos pocos días de espera y a un tarjetazo no muy doloroso.
En 1989, The New York Times verbaliza este concepto de aceleración en la industria textil como "Fast fashion", en un principio para reflejar el modelo de producción de Zara (de la idea a su materialización en 15 días), pero que después se ha ido expandiendo a muchas otras marcas similares. Hoy en día, gracias al crecimiento tecnológico, la globalización y la infinidad de ofertas, marcas como Shein se han posicionado fuertemente gracias a su agilidad en el ofrecimiento de productos (3 días según datos de CNN). Esto ha demostrado que la industria textil puede acelerar su producción para acoplarse a la demanda inmediata del consumidor, cosa que antes no sucedía.
En cierto punto, y para nuestro beneficio, todo parece perfecto. Veo un outfit en Pinterest, me gusta y lo compro, así de simple. Sin embargo, ¿realmente nos paramos a pensar cómo llega ese producto tan rápido y las condiciones que hay detrás para que esa prenda sea más barata?
Estas cadenas de producción, caracterizadas por la inmediatez, tienen sus efectos e implicaciones sociales y ambientales que, aunque se han ido regulando por diferentes organismos, son muestra de que, por lo general, las personas no somos conscientes de nuestro consumo. En algunos casos, los derechos laborales, que a su vez se recogen en derechos humanos, y la protección del medio ambiente se ven afectados por esta masiva producción, ya que las grandes empresas, con el objetivo de generar una mayor ganancia y reducir sus gastos, recurren a estas prácticas, menos humanas, pero más rentables.
Partamos de que el mercado actual lo domina quien mejores precios ofrezca y quien mejores precios ofrezca, es quien produce más cantidad a menor costo. Normalmente, como forma de ahorrar en gastos, se recurre a países en vías de desarrollo, donde la mano de obra y los costos de producción son más bajos. En cierta parte, esto no es una medida suficiente para catalogar de "inhumana" a una empresa. Acudir a países en vías de desarrollo fomenta la oferta de empleo, involucra a personas desfavorecidas en el mercado laboral y les permite adoptar habilidades útiles para ser laboralmente rentables. Sin embargo, el problema reside en que ciertas empresas prefieren ahorrarse algunos céntimos de más, aprovechándose así de la necesidad de las personas para ofrecer empleos con peores condiciones, sabiendo que no van a ser rechazados.
Actualmente, la industria del "Fast fashion" cuenta con 75 millones de trabajadores a nivel mundial, pero solo el 2% recibe un salario digno según afirman los estudios de la Universidad George Washington. Por si fuera poco, la mayoría de estos trabajadores están diariamente expuestos a una gran cantidad de químicos perjudiciales para la salud y sin ninguna garantía sanitaria (en gran medida porque muchos no cuentan con un contrato laboral firmado a ojos del estado).
Este hecho pasa desapercibido por muchas razones, una de ellas, la subcontratación, el proceso en el que la multinacional paga a microempresas locales en aquellos países en vías de desarrollo, quienes a su vez contratan a los empleados para producir y llevarse el excedente por sus bajos costos de producción. Esto es un conflicto que afecta a hombres y mujeres, pero también a niños. Según Humanium, estas prácticas de consumo han incrementado la explotación infantil como método para aprovecharse de la necesidad, a la vez de la alta productividad que puede generar un niño, ofreciendo así un salario bajo o insuficiente en comparación a la cantidad de horas trabajadas. Cabe aclarar que esta situación es diferente al trabajo infantil, que no siempre se refiere a una condición de explotación como lo dice la Organización Internacional del Trabajo.
Si hablamos de consecuencias medioambientales, el Progama de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) asegura que entre el 2% y el 10% de las emisiones globales de CO2 son responsabilidad de la industria textil y, si continúa del mismo modo, para 2030 las emisiones aumentarán en un 50%. Pero esto no acaba aquí:
Confeccionar un par de jeans requiere 7,500 litros de agua. Eso es en promedio lo que una persona consume en 7 años.
La UNCTAD asegura que la industria textil gasta 93,000 millones de metros cúbicos de agua, lo suficiente para satisfacer el acceso al agua a 5 millones de personas durante ese año.
La cantidad de microplásticos arrojada al mar por año gracias a la industria textil, es equivalente a arrojar 3 millones de barriles de petróleo.
Todos estos datos son escalofriantes y reflejan el gran daño que la industria del "Fast fashion" está haciendo al mundo en el que vivimos. Ahora bien, hay distintas marcas como Guess o H&M que han fomentado procesos de recolección de ropa usada para así evitar el desperdicio y comprometerse en la lucha contra el cambio climático. Esto demuestra un cambio en la mentalidad empresarial y refuerza el compromiso ambiental que debe expandirse también al consumidor.
También es importante mencionar que, tras el accidente de Plaza Rana (Daka, Bangladés) en 2013 en el cual fallecieron alrededor 1,100 trabajadores por las pésimas condiciones laborales de la empresa subcontratada, se ha hecho énfasis en el compromiso social que involucra ser un competidor en la industria textil. Ahora las empresas, sobre todo en estos países en vías de desarrollo, son mucho más observadas y su subcontratación está sujeta a medidas y parámetros de organismos internacionales que garanticen el trato digno al trabajador. Sin embargo, aún queda mucho trabajo por hacer.
Te preguntarás: ¿y yo qué puedo hacer viviendo en España? ¿Qué hago si al final del día estas marcas son las mejores opciones en cuanto a la relación calidad-precio?. Lo que podemos hacer es un acto tan simple como cambiar nuestros hábitos de consumo. Esto puede partir de simples actos como por ejemplo:
Donar aquellas prendas que ya no usas en vez de desecharlas. Hay muchas personas que estarán encantadas de recibir esa ropa de segunda mano.
Reducir nuestra frecuencia de compra para disminuir la demanda masiva y así presionar a las empresas a producir conscientemente. No tienes que comprar ropa todos los días ni tener un armario lleno de prendas, sino lo que sea suficiente según tu criterio.
Recurrir a emprendimientos locales para fomentar la empresa y el producto nacional, en vez de recurrir a multinacionales. Hay muchos emprendimientos de excelente calidad y con precios no tan diferentes a los de estas marcas.
Me gustaría aclarar que, con este artículo, no pretendo fomentar una movilización masiva a Bangladesh para protestar por los derechos de los trabajadores en las puertas de las fábricas. No pretendo prohibir a las personas comprar en estas tiendas, pues yo también lo hago de vez en cuando, ya que soy consciente de que es la opción más asequible siendo estudiante. Sin embargo, ponernos la tarea de diversificar nuestro consumo y descubrir nuevos modelos de producción puede mitigar los efectos sociales y ambientales de las multinacionales y hacer un llamado a la acción climática y social. El trabajo empieza en cada uno y considero que es una acción requerida en un mundo que necesita de nosotros.
