Entre la luz y el fuego
Ignacio Peñarrocha Arconada / GETAFE
Tras la última intifada de la que Israel ha sido víctima, Benjamin Netanyahu sentenció que su país está en guerra y que está dispuesto a ganarla. Puede parecer una obviedad, pero para querer ganar una guerra hay que tener dos cosas de las que muchos países hoy carecen: algo por lo que luchar y coraje para conseguirlo. Lo cierto, sin embargo, es que ahora no ha comenzado ninguna guerra. Más bien se ha reanudado la misma que Israel lleva soportando desde su creación.
Cuando, cíclicamente, una ofensiva palestina provoca una respuesta israelí, la opinión pública, el tratamiento mediático y la posición de las organizaciones internacionales se suelen inclinar del lado palestino. No todos los críticos con Israel son antisemitas furibundos, claro. Pero no es menos cierto que la lupa política y mediática ha estado desproporcionadamente colocada siempre en el mismo sitio. Armenia y Azerbaiyán, India y Pakistán, Marruecos y el Sahara Occidental, ni siquiera Arabia Saudita y Yemen. Ninguno de estos conflictos ha sido objeto de un escrutinio similar.
En esta ocasión, la reacción del establishment político y mediático ha sido algo diferente. Este cambio de actitud no se explica exclusivamente por lo brutal, inesperado y gratuito del ataque de Hamás. La guerra en Ucrania nos ha reavivado tras la deserción afgana y ha roto tabúes pacifistas que antes eran difícilmente cuestionables. Por fin vemos el mundo tal y como es: un lugar peligroso, inseguro e inestable donde la paz y la tranquilidad son más la excepción que la regla. La OTAN ha resucitado y la Europa de la Defensa parece estar más cerca.
Pero si realmente queremos un mundo multipolar, debemos asumir el coste de nuestra propia seguridad. Eso pasa por reordenar nuestras prioridades presupuestarias y dotar a nuestras fuerzas armadas de los recursos que necesitan. Ahora bien, antes que los medios materiales viene la claridad moral. La Unión Europea no puede ser un sucedáneo de la ONU en el plano internacional. Las buenas intenciones y la retórica florida no dan siempre buenos resultados. Así parecen estar entendiéndolo la Comisión y los principales gobiernos europeos. Pero, como siempre, una oveja negra nos arrastra a una nueva alianza de civilizaciones en contra de nuestra propia civilización.
Detrás de la ausencia de España en el comunicado de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania e Italia se esconde la renuncia no sólo a ser parte de la primera línea geopolítica, sino a apoyar decididamente a un aliado frente a una organización terrorista cuyo objetivo es destruirlo y tirar a sus ciudadanos al mar. Nada mal para quien ostenta la presidencia del Consejo de la Unión Europea. Por supuesto, el choque con Israel no ha tardado en llegar. ¿Qué país que se respeta a sí mismo permanecería impasible cuando la mitad de nuestro gobierno en funciones no esconde su animadversión hacia él? La lamentable posición española, entre la corrección tibia del ministro Albares y la marginalidad moral de la extrema izquierda, es una anomalía en el mundo libre.
Europa debe tratar a Israel como lo que es: una nación hermana y un aliado esencial contra el fundamentalismo islámico. Entre una democracia que se defiende proporcionalmente y una organización terrorista que ataca con alevosía a civiles indefensos no cabe la equidistancia. Resulta sorprendente que los mismos que decretan con toda rotundidad y poca evidencia que la violencia intrafamiliar se produce contra las mujeres sólo por el hecho de ser mujeres, o que los negros en América son institucionalmente discriminados por el hecho de ser negros, se sitúen en la ambigüedad ante una ofensiva virulenta contra los judíos, ahora sí, por el hecho de serlo.
Lo que está sucediendo en Oriente Medio es un pogromo, y no en la dirección en que los monopolistas del corazón apuntan. ¿Limpieza étnica? No es Israel quien busca borrar a otro grupo cultural o religioso del mapa de la región. Porque lo cierto es que lo que mueve a los enemigos de Israel es su antisemitismo. Tenía razón Golda Meir. La paz no ha sido posible porque los dirigentes palestinos han preferido atacar al enemigo antes que proteger a sus hijos. Y, añadiría, porque no han sido capaces de construir algo que se parezca a un estado funcional y reconocible. Han tenido tiempo para intentarlo desde que en 1948 la ONU promoviera la creación de dos estados, uno árabe y uno judío, en el entonces Mandato Británico de Palestina. Pero los países que rodean Israel no aceptaron su existencia y se lanzaron a por él. Desde entonces, los israelíes han vivido permanentemente amenazados. Es imposible la solución de dos estados cuando una de las partes se niega a reconocer a la otra. Esa es la auténtica nakba que ha lastrado a israelíes y palestinos.
Ahora que la guerra amenaza con descarrilar los Acuerdos de Abraham, y con los tentáculos de Irán asomando tras Hamás y Hezbolá, es fundamental que el gobierno de concentración israelí reciba de las naciones occidentales todo el apoyo que necesita. Israel tiene derecho a existir y el deber de defender a su población. Además, sería un error tratar esto como un mero conflicto regional. En Oriente Medio no se está produciendo una disputa territorial, sino un choque de civilizaciones. La defensa de Israel es la defensa de nuestra propia civilización, y teniendo en cuenta los métodos y los fines de Hamás, de la civilización sin más. Es la defensa de un orden internacional basado en reglas, y no en la fuerza o la propaganda. Es, en definitiva, la defensa de nuestra propia seguridad frente a un enemigo común.
Israel es un oasis de libertad y progreso rodeado de hostilidad, violencia y totalitarismo; los terroristas de Hamás y Hezbolá son los camaradas de los que nos atacan cada tanto en Europa, y que de hecho ya lo están haciendo de nuevo. Su misión es la misma: masacrar al infiel y extender su dominación por el mundo. Tomar partido entre Israel y sus enemigos es lo mismo que elegir entre la luz y la modernidad o el fuego y el fanatismo. Entre la defensa propia o la rendición cobarde. Hace casi veinte años, un atentado terrorista fue capaz de cambiar el resultado de unas elecciones. ¿Aceptaremos de nuevo el chantaje?

