Entre grises y sombras
En ocasiones los conflictos bélicos no esconden detrás un significado dicotómico parecido al de la Guerra de las Galaxias, donde el lado luminoso y lado oscuro son claros opuestos, algo de lo que ni si quiera tendría claro el propio Obi Wan. Y es que, ningún conflicto puede ser analizado bajo la lógica de buenos y malos, todo está lleno de grises y matices. Hay que tener cuidado de no verse arrastrado por el influjo de fanatismos, discursos emocionales y la defensa ultrajante de unos valores modernos en decadencia; porque podemos desembocar en una masa irracional agitada y desinformada, drogodependiente del odio y la polémica diaria.
Esto no va de un choque de civilizaciones al estilo Huntington, este conflicto se compone de una serie de contradicciones históricas, de la pujanza mesiánica religiosa y ciertos sentimientos de culpabilidad. No es correcto lanzar inmediatamente la voz conformándose en filas en uno de los dos bandos, como si fuera un partido de fútbol y nosotros los del chiringuito. Ser un hooligan político tiene sus consecuencias, porque los conflictos no son tan simples, porque no es buena prensa el sensacionalismo mediático.
Esto no es un pogromo al uso, ni una caza de brujas, ni una defensa de la unidad nacional ante un enemigo común: esto es un conflicto asimétrico irresoluto, devenido de una política descolonizadora errónea, la necesidad de otorgar una rápida solución ante la culpabilidad histórica occidental y una reacción ante la expulsión y ocupación de un pueblo (Nakba), en un territorio que ha estado en constante ebullición por la pujanza de diferentes actores políticos y religiosos. Y aún así me quedaría corto para describirlo, porque no es tan fácil como desdibujar unas simples claves que nos hagan escoger entre la luz y el fuego; porque no somos capaces de ver el mundo de las sombras.

En la nueva modernidad parece existir la constante necesidad de situarse el primero en lanzar una opinión al aire, en cualquier debate, aún partiendo del desconocimiento. Sin duda hay que ser atrevido para acusar únicamente a una parte, para apuntar con el dedo a un único actor del juego, especialmente en un conflicto enormemente asimétrico y con raíces profundas. Pero, lo que me inquieta verdaderamente, es la facilidad para desdeñar que la reacción de un bando es atacar porque su naturaleza animal no les ha podido dar la capacidad de "construir algo que se parezca a un Estado funcional y reconocible".
Porque el terrorismo no surge de la nada, no es algo inesperado y gratuito. El terrorismo es una reacción política violenta de un grupo radicalizado, utilizando como herramienta el terror para promover una serie de objetivos. La cuestión es determinar los motivos de esa acción, el porque de la configuración de ese grupo y como se ha llegado a radicalizar. Y lo cierto es que a veces nos cuesta mirar que igual hay algunos actores que han fomentado o provocado directamente la radicalización de estos grupos, aunque luego les golpeen de vuelta. Porque el proceso de radicalización de un ser humano hasta tal punto esta repleto de patrones racionales e irracionales, relacionados con la amenaza física y cultural constante, el crecimiento en un ambiente de miedo y odio, la banalización del mal... Y es esta banalidad del mal, donde se percibe la muerte, el dolor o la angustia ajena como algo corriente. Un proceso que trae consigo el arma del terror enfocado a una audiencia blanco.
Esta banalidad del mal o uso indiscriminado del terror no solo puede verse en un actor del conflicto, sino también en la parte contraria, bajo un terrorismo de Estado. Porque es más fácil deshumanizar al enemigo para poder justificar ideológicamente el asesinato y las atrocidades contra una población. Porque la deshumanización va ligada a la progresiva perdida de empatía y va atada a la generación de discursos de odio que tejen una telaraña de intolerancia que desenlaza en la justificación de la agresión.
¿Es por tanto este uso de la violencia condenable? Por supuesto que sí, pero esto no implica darle la victoria del discurso a un actor que lleva practicando terrorismo de Estado casi desde su creación contra una población específica; porque existe un nombre para ello: genocidio sistemático o régimen de apartheid. Qué casualidad que justo esto genere un clima perfecto para la proliferación de grupos radicalizados con aspiraciones terroristas. No deberíamos posicionarnos repentinamente ante cualquier conflicto o política en cuanto este es liberado mediáticamente a la opinión pública; sino que debemos de desentrañar sus causas, motivaciones, discursos, significados, actores implicados y sus intereses, evoluciones y posibles consecuencias. Y con ello, que no signifique que nuestro análisis solo vaya en "la dirección de los que monopolizan el corazón", como si advertir del regreso de los fantasmas del siglo XX estuviera sujeto a un delirio de los historiadores.
La perspectiva de nuestro análisis siempre va a girar en función según se lea el relato: de alguna forma el Imperio Galáctico quería mantener el orden, la paz y la seguridad, pero desde una lógica tiránica y expansiva; mientras que la Alianza rebelde atacaba sistemáticamente con actos terroristas para desestabilizar el régimen, en nombre de la libertad y sus ideas aliadas.
Rescatar estas palabras del intelectual americano Edward Saïd, a pesar de su implicación con el conflicto que se trató de analizar con anterioridad, pueden sernos de ayuda:
"La cuestión palestina es la pugna entre una afirmación y una negación, y es esta pugna previa, que se remonta a más de cien años atrás, la que anima y da sentido al actual impasse entre los estados árabes e Israel. Dicha pugna ha sido casi cómicamente desigual desde el inicio. Debemos entender la lucha entre los palestinos y el sionismo como una lucha entre una presencia y una interpretación."
