Duro de roer

Elías Blanco Martínez
El público de casi cualquier medio de entretenimiento moderno se encuentra muy mal habituado a consumir material predigerido: el grueso de las entregas de películas, música, juegos y similares tiende a servir a cucharaditas su propuesta. Si bien es una práctica válida, y la creaciones "palomiteras" son tan necesarias como las obras más sofisticadas, se nos malcría con productos triturados. Nuestra dieta está desbalanceada, aunque de vez en cuando nos encontramos con algún hueso duro de roer.
Tyler The Creator lanzó hace menos de una semana su último trabajo: Chromakopia. Las redes sociales siempre aplauden el trabajo del rapero angelino en lo que respecta a su compromiso con la audiencia, calidad, presentación y creación de narrativas brillantes dentro de una industria musical que redunda en viejos clichés. ¿Nada nuevo bajo el sol? Tyler se atreve audazmente a plantear un álbum extremadamente íntimo. Íntimo es una palabra muy gastada, pero el repertorio del álbum desvela secretos y experiencias que humanizan al artista y lo bajan de su peldaño: un romance interrumpido por la muerte repentina (Judge Judy), un desliz derivado en embarazo (Hey Jane), el temor al incesante paso del tiempo (Tomorrow), el conflicto con la reivindicación de las raíces personales (I Killed You), el trauma de una infancia -y madurez- sin figura paterna (Like Him), el doble rasero que muchos tapan con vergüenza (Take Your Mask Off) y la paranoia que sufre un artista exhibido como mono de feria ante el ojo público (Noid), entre otros. Se trata de una ensalada con más de un ingrediente pesado, duro de procesar. La producción y las texturas musicales quedan relegadas a un segundo plano por la enorme carga narrativa del álbum. El gusto musical es subjetivo; si bien, muchos coincidirán en que la paleta de sonidos es tremendamente exótica. Es barroca, es un alarde de agudeza de ingenio, es una explosión de sonidos que desconciertan al oyente y lo aturden. De hecho, no recomendaría este proyecto para oyentes primerizos por el rechazo que podría provocar un sonido tan cambiante (para los interesados, Igor es un excelente y accesible disco). El álbum pone la vara muy alta, pero invito a los y las valientes a aproximarse a Chromakopia sin prejuicios, con la mente abierta, tal y como propone su propio creador.
Siguiendo con la jerga culinaria, Chromakopia es un gran pavo de acción de gracias que hay que desmenuzar con cautela. El álbum se refina con el tiempo (como el buen vino) y crece en los oyentes a medida que las canciones reposan y se reduce la espesa mezcla condensada en 14 temas. He mencionado antes la narrativa: el disco es episódico, en su mayoría cada canción tiene sentido en sí misma. Otras pocas se interconectan entre sí, Tyler hace cocina-fusión. El producto resultante es de gran calidad, no tiene desperdicio alguno. Todavía podría criticarse el uso de la estética en los videoclips promocionales, dado que no guarda conexión con las letras (que sepamos, por ahora). Saint Chroma, este extraño personaje que se esconde bajo una máscara de carne, no parece guardar relación con el Tyler Gregory Okonma que por primera vez advertimos entre los versos. ¿Un error de coherencia? ¿Un nuevo giro dentro del concepto de la obra? El tiempo se encargará de maridar nuestra opinión. Porque eso sí: el veredicto debe ser reposado, para juzgar la originalidad hace falta tiempo. Para analizar una obra, debemos hacer la digestión. Que aproveche.
