Cincuenta años de la muerte de Franco y lo que eso significa

Lucía Sánchez Vargas
Hace 50 años murió Francisco Franco, la figura de máxima represión y oscuridad en nuestro país. Hoy más que nunca es importante reconocer por qué es hora de dejar de vivir en el pasado y educar a las nuevas generaciones en un campo de prosperidad, construir un futuro basado en la justicia y la memoria.
Sorprende la creación de grupos de jóvenes que idolatran a la figura franquista, sin reflexión crítica a lo que ha supuesto a nuestra sociedad y a nuestra historia tal figura. Y esto es un hecho, el auge de la ultraderecha entre los más jóvenes se sustenta en argumentos tales como: "Con Franco se vivía mejor" o "Esto con Franco no pasaría". Estas afirmaciones resuenan cada vez más, desafiando el progreso que con tanto esfuerzo hemos alcanzado. Proclamar la vuelta de un dictador es ignorar la gravedad de este hecho, es detener el tiempo.
Es digno de estudiar que a pesar de las oportunidades que ofrece nuestro país, las cuales son en mayoría en favorecimiento de la juventud, sean estos mismos los que proclaman la vuelta del dictador. La ironía reina en el ambiente. No es cuestión de echar culpas, pero son las abundantes y preocupantes redes sociales las que fomentan estos pensamientos. La muerte de Franco no fue el final del terror de su dictadura; el miedo sembraba las calles, la educación abrió heridas profundas que tienen consecuencias hoy en día, las vidas de miles de personas fueron tomadas y sus familias caen con el peso de esas pérdidas.
La democracia de la que actualmente dotamos, a pesar de las imperfecciones de esta, no fue creada trás la muerte de Franco. Se construyó en las calles, a base de protestas, de los trabajadores que defendían sus derechos, las mujeres de las víctimas franquistas levantando a sus familias y sus negocios, estos sindicatos clandestinos que poco a poco tomaban la voz, salían a pie de calle y luchaban por lo que ahora muchos deshonran, la libertad.
Es un tópico recurrente, entre aquellos partidarios de romper con esta época franquista, el retirar todo recuerdo de nuestro dictador, nadie mejor que los propios españoles sabe lo que significa tener sus plaquitas merodeando por nuestras instituciones. Pero, remover historias del pasado ¿Es una forma de avance o de retroceso? ¿Hasta qué punto debemos mirar adelante antes de enmendar errores del pasado?
Entre muchos, el ejemplo del escudo franquista en la Escuela de Artes de Almería, que todavía vigila la entrada de alumnos, pone en jaque esa tensión. La recientemente aprobada Ley de Memoria Democrática busca eliminar esos vestigios, pero también enfrenta a quienes sienten que borrar esa historia equivale a olvidar. Para algunos almerienses esto supone la eliminación de parte de su memoria histórica. Acarreamos una circunstancia difícil de abordar. La situación es preocupante. La indiferencia, falta de conciencia y distorsión de la historia en las nuevas generaciones amenaza con que se repitan errores que no deberían ni plantearse sobre la mesa.
La llama de la esperanza, sin embargo, sigue viva. Después de 50 años, seguimos construyendo un país fácil de derrumbar, luchando contra la insensatez y los fantasmas que acechan del pasado. No podemos permitir que esta llama se apague. No condenemos a nuestro país una segunda vez, no volvamos a vivir con miedo.
