As nais contra a droga

25.11.2025

La historia de Las Madres contra la Droga, un movimiento de dolor, coraje y resistencia que marcó Galicia y España en los años 80

Laura Vázquez Maceiras

Desde 1789, los movimientos sociales se han convertido en la herramienta más poderosa para que los pueblos expresen sus deseos, exijan derechos y desafíen estructuras de poder. Desde las oleadas revolucionarias que derribaron el Antiguo Régimen, pasando por las sufragistas que conquistaron el voto femenino, hasta el pacifismo nacido en plena Guerra Fría o el ecologismo que desde mediados del siglo XX alerta sobre un planeta en riesgo, la historia de la modernidad es también la historia de quienes se organizaron para decir "basta".

Pero, como orgullosa gallega, me parece imprescindible detenerme en uno de los movimientos sociales más profundos y decisivos de la España reciente: las Madres contra la Droga. Pocas veces un país ha presenciado una reacción tan visceral, tan pura y tan valiente como la de aquellas mujeres que, desde sus barrios, se enfrentaron a un enemigo que crecía silenciosamente mientras el Estado miraba hacia otro lado.

En los años setenta, cuando España comenzaba a ver la luz tras la dictadura franquista, surgió un peligro inesperado. Palabras como heroína o, más tarde, cocaína empezaron a formar parte del vocabulario cotidiano en los barrios obreros: desde Vallecas en Madrid, Teis en Vigo o Ciutat Meridiana en Barcelona. En Galicia, nombres como Sito Miñanco o el clan de los Charlines estaban en boca de todos.

Las consecuencias no tardaron en estallar. La heroína arrasó cuerpos y vidas. Adicciones fulminantes, enfermedades, sobredosis, violencia y ruptura de núcleos familiares. La desprotección era absoluta. Los consumidores eran tratados como delincuentes antes que como enfermos, castigados por una dependencia que, en la mayoría de los casos, les había atrapado siendo apenas adolescentes. Y mientras tanto, los grandes capos, bien conocidos en pueblos y comarcas, seguían moviéndose con total impunidad.

Frente a esa injusticia, surgió lo inesperado. Centenares de madres, atravesadas por el miedo y por la certeza de estar perdiendo a sus hijos, comenzaron a reunirse. Se apoyaron, se escucharon, y comprendieron que su dolor solo tendría sentido si lo convertían en acción. En Galicia, el canto ''La droga, la droga, la puta de la droga, la madre que la parió, yo tenía un hijo sano y la muy puta la mató'' se convirtió en un grito colectivo que resonó por toda la Ría de Arousa. Aquel movimiento cristalizó en asociaciones como la viguesa Érguete, clave en el impulso de la Operación Nécora, la primera gran ofensiva judicial contra el narcotráfico en España.

Entre aquellas mujeres destacó la figura de Carmen Avendaño, símbolo de coraje y tenacidad. Su lucha se hizo tan visible que incluso aparece retratada en la serie Fariña, un recordatorio de cómo sus denuncias incomodaron profundamente a los narcos y de cómo el activismo femenino logró sacudir las estructuras criminales que parecían indestructibles.

Lo verdaderamente extraordinario es que este movimiento nació apenas diez años después de que las mujeres españolas empezaran a liberarse de un régimen que las había reducido a la obediencia y la invisibilidad. Educadas bajo la Sección Femenina, instruidas para ser sumisas y silenciosas, fueron precisamente ellas, las relegadas, las ignoradas, quienes levantaron la voz más firme. Su impulso no vino de la teoría política ni de la militancia previa: vino del amor más profundo, el amor de una madre decidida a salvar a su hijo o, al menos, a evitar que su muerte quedase impune.