Acumulación y publicación: cuando vivir no basta y hay que mostrarlo

02.12.2025

Cómo la cultura ha dejado de ser un espacio de descubrimiento para convertirse en un inventario público de gustos y consumos

Laura Vázquez Maceiras | OPINIÓN 

Si hace quince años las redes sociales comenzaban a asentarse en la vida cotidiana, hace una década, cuando el contenido online ya había dejado atrás los vídeos de gatos y el hot topic eran los labios de Kylie Jenner, las voces más críticas empezaron a advertir sobre sus consecuencias negativas. Cinco años después, incluso los usuarios más jóvenes admitían que los hashtags, los filtros y las historias de Instagram afectaban directamente a su salud mental. Hoy, resulta indiscutible que gran parte de nosotros estamos ya alienados por el scroll interminable.

En este artículo no pretendo reflexionar sobre la reducción de la capacidad de atención, la perpetuación de estereotipos de belleza ni la comparación constante con influencers cuya vida transcurre en una burbuja ajena a la realidad. Mi intención es detenerme en la estrecha relación entre el desarrollo económico del sistema capitalista y los algoritmos que nos dominan.

El núcleo de los valores del capitalismo es trabajar lo máximo posible para ganar la cantidad máxima de dinero, con el fin de poder adquirir el máximo número de bienes materiales. El mercado nos fabrica necesidades nuevas a diario para impulsar el consumo que sostiene la economía, y lo hace con una eficacia impecable. Nadie se salva de sustituir prendas perfectamente válidas por otras "de temporada". Nadie se libra de pagar siete euros por un iced coffee en Starbucks en lugar del café con leche de la cafetería del barrio, convencido de que aquello "no era lo que buscaba en ese momento". El consumo nos consume, y esos deseos materiales que se nos generan jamás serán colmados. Quien trabaja más, gana más y acapara más es más válido; y si tu aspiración vital no es material, te dirán que tu deseo está roto.

En la era digital, si no está publicado, no ha ocurrido. Por eso nos sentimos incapaces de viajar, asistir a un festival o entrar en un museo sin destacarlo en Instagram o subirlo a TikTok con la esperanza de aparecer en el For You Page y convertirnos en la próxima Lola Lolita. Pero desde hace algunos años no solo acumulamos experiencias, sino que también archivamos nuestra cultura. En Letterboxd llevamos la cuenta de cada película vista; en Goodreads reseñamos libros y confeccionamos wishlists con los ejemplares que queremos comprar (y, si acaso, leer). Cuando acaba noviembre, el evento más esperado es el Spotify Wrapped, y si tu número de minutos de escucha ese año supera los 100.000, automáticamente pasas a ser "el más alternativo y exquisito" de tu círculo social.

No hay ya ningún detalle de nuestra vida que no se pueda publicar, y en un mundo donde a la cultura se le puede poner un filtro, me pregunto: ¿viajamos para empaparnos de otras culturas o el objetivo es recrear la foto que vimos en Pinterest? ¿Queremos ver la nueva película española de moda o simplemente buscamos dejar una review para que todo el mundo sepa lo que opinamos sobre el auge del celibato femenino? ¿Leemos a Carmen Laforet por genuino interés en la literatura contemporánea o porque queremos sumar títulos a final de año?

Supongo que es preferible que la gente se acerque a la cultura, aunque el propósito de base no sea aprender, a que no se acerque en absoluto. Pero salir de este ciclo parece casi imposible. Y quizá, aceptémoslo, nadie quiere romperlo. Después de todo, en tiempos de exhibición constante, ¿quién se atreve a ser invisible?